![Entrevista a Márton Tarkövi, alumni de Montaje, cuya ópera prima se estrena en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2025](https://ecam-industria.es/media/c97d5d37-17e2-49c3-8d38-8edaf6132b42-1296x729-1.jpg)
Desde pequeño, Márton Tarkövi, alumni de la Diplomatura en Montaje, encontró en el cine su «lenguaje natural de expresión». Así ha seguido siendo hasta ahora que, además de trabajar como montador freelance, ha realizado su primer largometraje como director.
‘Cuando lleguemos al claro’ se adentra en un cine de carácter poético y experimental, construyendo una obra que trasciende el documental para convertirse en un viaje espiritual, una exploración sobre el tiempo y el arte con el pintor Péter Molnár. La película, rodada a lo largo de seis años, tendrá su estreno mundial este domingo en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, dentro de la sección Bright Future, una selección de óperas primas, caracterizadas por una temática original y un estilo propio, que representan la vanguardia del cine contemporáneo.
En esta entrevista, nos habla sobre su experiencia en la ECAM, su trayectoria como montador y cineasta, y los nuevos proyectos que está desarrollando.
Has trabajado recientemente como montador con cineastas como Albert Serra o Javier Rebollo. ¿Cómo has vivido ese proceso?
Mi trabajo como montador con Albert Serra aún está en proceso, seguimos trabajando en la obra. Serra es, sin duda, uno de los mejores directores del cine contemporáneo a nivel mundial. Colaborar con él como editor es una experiencia más extraordinaria debido a su método tan particular y original: rueda cientos y cientos de horas de material excelente, por lo que la figura del co-montador adquiere un gran valor. Siempre he admirado su cine y lo conozco bien, lo que me ayuda a entender lo que busca y encontrarlo. Para mí, es uno de los cineastas más auténticos del panorama internacional.
Por otro lado, ‘En la alcoba del Sultán’ de Javier Rebollo ha sido un viaje lleno de pasión. Además de trabajar en el montaje junto a Marine de Contes, también formé parte del equipo de cámara en el rodaje, por lo que conocía la película y su material casi de memoria antes de llegar a la sala de edición. La limitación de contar con menos material nos llevó a ser más creativos, explorar caminos expresivos y contribuir al lenguaje maravilloso de la película.
¿Cuándo te diste cuenta de que querías dar el salto de montador a director?
Nunca lo vi como un salto, en realidad. Desde los 11 años he rodado y montado cortometrajes caseros, el cine siempre ha sido mi lenguaje natural de expresión. No me considero un director profesional, sino alguien que sigue jugando con la cámara y los programas de montaje igual que cuando era niño. Ahora, con 27 años, se ha convertido en mi vocación artística.
El montaje, sin embargo, sí me ha interesado más en un sentido profesional, no solo artístico. Trabajo como montador freelance en distintos ámbitos del mundo audiovisual, lo que me resulta muy divertido y me permite aprender muchísimo de cada director y de cada proyecto. Espero seguir involucrándome cada vez más en cine de autor.
¿Qué significa para ti estar en Rotterdam con tu primera película?
El Festival de Rotterdam es uno de los más prestigiosos de Europa, así que es un honor estrenar allí mi ópera prima. Además, es el primer festival al que asisto como director.
Rodé y monté la película completamente solo hasta la postproducción de sonido y color, así que llegar hasta aquí es una alegría muy especial. Nunca pensé en la distribución antes de terminar la película, cuando estoy en el proceso creativo, lo único que me importa es dar vida a la obra. Una vez terminada, el reto es encontrarle el mejor camino posible. Por ahora, no tenemos distribuidora ni agente de ventas.
¿Qué nos puedes contar de ‘Cuando lleguemos al claro’?
Es una obra cinematográfica poética, un viaje espiritual con y sobre Péter Molnár, pintor minimalista abstracto y, además, es mi abuelo. Evito llamarla «una película sobre mi abuelo», porque ese concepto se ha convertido en un cliché dentro del documental. Esta película es todo lo contrario a un biopic.
Molnár era un pintor reconocido en Hungría, pero llevaba una vida casi ascética. Me pidió que dejara fuera del documental todos sus premios. A pesar de haber estado casado tres veces y haber formado una familia, no conectaba mucho con el ser humano. Nunca se preocupó por el mercado del arte, prefería ilustrar libros o trabajar en fondos de películas de animación antes que vender sus cuadros de forma comercial. Era un artista puro y honesto, una persona extremadamente tierna y sensible.
La película invita a entrar en su mundo secreto: su fascinación por el tiempo, su conexión cósmica con la naturaleza y su manera de reflexionar sobre la vida y el arte.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que hablaste por primera vez con Péter Molnár hasta la postproducción de la película?
Han pasado seis años en total. De hecho, el tiempo es el tema central de la película. No solo porque las obras de Molnár podían tardar hasta décadas en alcanzar su forma definitiva, sino también porque tuve la oportunidad de capturarlo en vida.
Empecé a filmarlo en el verano de 2018, con una primera ola de rodaje de seis días en su casa, todo en digital. Después tuve conflictos morales con lo que estaba haciendo y el material quedó en un cajón olvidado durante dos años. En 2020 lo revisé y comprendí su verdadero valor. Retomé el rodaje con dos sesiones más, ya en mi casa, en 2021 y 2022, esta vez en Super8 y digital. En total, rodamos solo catorce días en cuatro años, además ha sido rodada y montada de manera completamente artesanal y autofinanciada.
En 2023, la película estaba prácticamente montada cuando Péter falleció. Su muerte me hizo comprender la verdadera importancia de este proyecto: el cine tiene la capacidad de capturar el tiempo y la vida.
¿Tienes algún otro proyecto a la vista que nos puedas contar?
He comenzado a rodar una road movie sobre personajes húngaros que me interesan desde hace tiempo. La película se desarrolla a través de viajes en trenes antiguos y, por ahora, el enfoque es puramente visual y sensorial: busco cuadros expresivos en sí mismos, dejando que la forma guíe el contenido. Trabajo en una especie de cadena creativa: veo el material rodado, eso me inspira nuevas ideas, y así sigo grabando, rodando y almacenando imágenes año tras año.
Para llevar el proyecto a un nivel más complejo, quiero empezar a establecer coproducciones y rodar con una producción mejor organizada y financiada.
¿De qué manera piensas que te ha servido estudiar Montaje en la ECAM para ayudar a consolidarte, ya no como montador y/o director, más bien como profesional que se dedica al cine? ¿Cómo definirías tu paso por la escuela?
Estudiar en la ECAM me abrió muchas puertas y me permitió establecerme como cineasta en España. Es una escuela muy completa, con una formación tanto teórica como práctica: nunca te quedas sin hacer nada. La Diplomatura de Montaje fue un aprendizaje profundo, con todo tipo de prácticas que nos dieron una comprensión muy amplia del cine y su lenguaje.
Lo mejor que me llevo son las personas: los compañeros, compañeras y profesores que hoy son amigos y colegas con quienes sigo compartiendo la vida y el trabajo. Durante mis años de estudio, la ECAM fue como mi casa, y de alguna manera lo seguirá siendo siempre.
Por último, ¿cuáles son tus referentes a la hora de realizar tu trabajo?
Tengo la suerte de trabajar y colaborar con artistas que han sido una gran inspiración para mí. Por ejemplo, el legendario compositor William Basinski firma la banda sonora de mi película. Monté el filme con su música sin conocerlo personalmente, luego contacté con él y quiso participar por el puro valor artístico de la obra, y no por un interés económico. Aprendí mucho de su actitud, es una excelente persona y artista.
También me inspira la filmografía única de mi productor, Lluís Miñarro, así como el cine de Tarkovsky, Bergman, Tarr, Mekas, Maya Deren y cineastas contemporáneos como Albert Serra o Apichatpong Weerasethakul. Una de mis mayores fuentes de inspiración para ‘Cuando lleguemos al claro’ fue visitar la obra de Rothko en el Museo Thyssen. Me quedaba horas meditando frente al cuadro ‘Sin título (Verde sobre morado)’, mientras escuchaba a Basinski, y ahí empecé a ver la película delante de mis ojos. Fue una experiencia reveladora.
Pero, por encima de todo, mi mayor maestro fue mi abuelo, Péter Molnár. Su actitud, paciencia y dedicación a su obra, su mirada sobre la vida y el arte fueron lecciones que llevaré conmigo para siempre.